jueves, 22 de noviembre de 2007

La interna de la barra canalla, una historia manchada con sangre.

En los tiempos que corren, hablar de que las barras bravas están inmersas en nuestro fútbol no es ninguna novedad. Año tras año estos “hinchas caracterizados”, cómo alguna vez los llamó el juez Perrota, toman más poder en los clubes y todo parecería indicar que van a convivir en el mundillo de la pelota por mucho más tiempo. Encima estos grupos son los principales generadores de violencia dentro y fuera de los estadios, causando uno de los problemas sin solución dentro de este deporte.
Metiéndonos en el caso puntual de Rosario Central, es de ya público conocimiento, que la barra brava canalla siempre estuvo ligada a la violencia, a los enfrentamientos internos y a las muertes que mancharon con sangre el nombre del equipo de Arroyito.

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Desde hace nueve años el centro de la popular auriazul es comandado por Andrés Bracamonte, más conocido como Pillín. Este lugar lo ganó, luego de disputarse varias “batallas” contra el otro sector que en ese momento estaba, “Los Chaperitos”, liderados por Juan Alberto y Cesar Bustos, hijos de Juan Carlos Bustos, alis El Chapero, ex barra canalla. Las peleas por esos días, para ver quién se quedaba con el poder, eran tan feroces que mucha gente dejó de concurrir a la popular, debido al riesgo que se corría.
En la actualidad, las peleas internas volvieron a resurgir en el seno de la barra canalla. Es que hoy en día, se encuentran enfrentados el sector que responde a Andrés Bracamonte, “Los Pillines”, y un grupo que comanda Luciano Molina, quién hasta hace un par de meses, era ladero de Pillín.
Este desligamiento de la hinchada, le costó a Molina, que el martes 9 de octubre le balearan el frente de su domicilio. Luego de este acontecimiento el agredido denunció a Bracamonte y lanzó una frase con tono amenazante: “Tengo una banda de 400 pibes de las zonas norte y sur que están conmigo, que no quieren a Pillín”.
Justamente esta frase la dijo tres días antes de que Rosario Central enfrentara en el Gigante de Arroyito a Vélez. Debido a esto el interventor del club, Arturo Araujo, advirtió a los encargados de la seguridad para que tomaran los recaudos necesarios para que nada raro ocurriese el día del partido en las adyacencias del estadio.
Pero a pesar de la advertencia y del numeroso operativo policial, los dos grupos se pelearon con facas y cascotazos a escasos 150 metros del Gigante. La peor parte del enfrentamiento se la llevo la fracción de los Molina. Luciano y su hermano Lucas terminaron en el hospital Alberdi. El primero recibió un puntazo de arma blanca en el abdomen, además de piedrazos en la cabeza. Su hermano Lucas fue atendido en el hombro y cuero cabelludo. Y a Máximo Perrone, de su grupo, le amputaron la tercera y cuarta falange de la mano izquierda en el hospital Centenario.
Lamentablemente, todos estos hechos de violencia no terminaron allí. El domingo 11 de noviembre a las 16 horas un hombre llamado Daniel Margarone de 30 años, recibió un balazo 9 milímetros desde un automóvil en movimiento, que le atravesó el abdomen y le causó la muerte en pocos minutos. Este asesinato ocurrió en la puerta del club Deportiva Unión Central, conocido como La Carpita, lugar que justamente es frecuentado por Pillín y otros integrantes del sector que el mismo comanda.
Lo curioso, o no tanto, es que Margarone agonizando sobre el asfalto le dijo a su hermano, que en ese momento lo estaba asistiendo, que quién le disparo fue Luciano, haciendo referencia a Molina. Enseguida supo de quién se trataba. Esperó hasta el otro día, y luego de sepultar a su hermano, se lo contó a la policía y al juez Alfredo Ivaldi Artacho, a cargo de la causa.
Esta fue sin duda la venganza del grupo de Luciano Molina que el 20 de octubre cerca del estadio se llevó la peor parte de la batalla. Si hasta se dice que cuando salían del Hospital Alberdi, un integrante de esta fracción lanzó una frase con tinte mafioso: “Esto recién empieza”.
Ahora, la pregunta que surge es: ¿por qué se pelean los hinchas de un mismo club? La respuesta es muy simple. Al ver desde afuera que el negocio de ser barra brava es muy rentable, hace que aparezcan otros grupos que quieren apoderarse del centro de la popular. Esto deriva en peleas fatales para ver quién se queda con la plata que reparten los dirigentes de turno. Esta es justamente la principal causa de la violencia en los estadios de fútbol en los últimos dos años. Entonces, hasta que los dirigentes no dejen de darles tantos beneficios, este mal nunca acabará. Tal vez ahora los hinchas de Central estén esperanzados con que esto se termine, luego de la asunción del nuevo presidente, Horacio Usandizaga. Es que el ex intendente de Rosario declaró. “A los barras bravas los voy a echar a la mierda”. ¿Se animará?, y si se anima ¿podrá?. Tarea difícil, pero no imposible.

Una de las personas que se comprometió en esta causa fue el juez Mariano Berges. En una nota publicada en el sitio de Internet Buenafuente.com, declaró: “La violencia en el fútbol está instalada. Las barras bravas tienen cada vez mayor protagonismo y se manejan con total impunidad. Hace un tiempo sólo se dedicaban a alentar a su equipo. Hoy ya tienen funciones específicas en los clubes”. También se refirió a la responsabilidad que tiene el Estado y expreso: “El Gobierno debe atacar a los violentos, debe buscar una manera de ponerle fin a la que se ha convertido en la endemia del fútbol nacional. Hoy por hoy sigue estando latente la impresión de que por temor, por intereses políticos o por la clásica costumbre argentina de mirar para otro lado, nadie se atrevió a ponerle fin a los hechos delictivos que actualmente se encuentran al filo del desborde”.
Además en esta página también opina el sociólogo José Garriga Zucal y afirma: “En el fútbol convergen varias identidades de género masculino con diferentes valores. Para los que se denominan barras bravas, esa identidad de género sólo se alcanza, y se llega a ser un verdadero hombre, si se pelea por ella, es decir, hay que aguantársela. El combate es un pasaje ritual por el que se debe atravesar para ser considerado como hombre por sus compañeros. Pero hay otro grupo al que le interesa el fútbol y que no tiene esos valores, ellos serían el resto de la sociedad”.
Las barras bravas están enquistadas en el fútbol argentino, de eso no hay dudas, y mientras los encargados de erradicarlas, no tomen este tema con la debida responsabilidad que se merece, parece ser que este problema demandará muchos años en encontrar una solución.

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